Hojas viejas. Niñez y adolescencia de una chica de barrio.
Recorriendo mi historia, mis
viejos anhelos, mis logros, mis dolores, me encuentro parada en el medio de mi
vida intentando trazar un camino que integre mis afectos, mi trabajo, mis
expectativas.
Nací en San Martín y
me crié en la farmacia de mis padres, entre algodones y cajitas de remedios.
Allí crecí libre, feliz, compartiendo juegos con mis amiguitas de barrio.
Me gustaba mucho la escuela, y
fui muy querida por mis maestros y compañeros de clase.
La secundaria fue un desafío para
mí, ahí había que estudiar y esforzarse
para aprobar. Sin embargo no me costó adaptarme, y logré terminar la escuela
sin llevarme ninguna materia. Sigo
reuniéndome con mis ex compañeros, a quienes quiero mucho.
No puedo evitar emocionarme
cuando pienso en el gran dolor que me provocó la pérdida de mi padre a mis 18
años. El vacío emocional que surgió en mí tras su muerte súbita, sumado al desvalimiento que pregnó la vida de mi madre me
llevaron a una situación de gran tristeza en la cual el trabajo fue mi gran
aliado sanador.
Para esa época terminaba mi
profesorado y me preparaba para ingresar a la carrera de psicología.
Pero cambié de idea, me inscribí
en la Universidad de Farmacia, para poder llevar adelante el negocio de mi
padre, que requería de un título profesional de farmacéutica.
Con 18 años me convertí en una
cuidadora incondicional de mi madre, de mi abuela, de mi tía, de mis amigas y
de quien me necesitara. Un gran esfuerzo para una persona tan joven, pero
sentía que era lo que había que hacer, y lo hacía con gusto.
Cuando fui madre, mis hijos, pasaron a ser la
razón primordial de mi vida. Mi mayor vocación era la de formar una familia y
tener hijos. Ellos son los que fomentan
en mí la creatividad y el empuje, son
mis amores preciados y también mis principales críticos.
El principal objetivo de mi vida
estaba centrado en la maternidad y en los cuidados de mis seres amados. Crié y
cuidé a mis tres hijos. Fui la madre de
mi propia madre durante muchos años,
Mi marido, mi amor y
compañero me acompañó incondicionalmente y apoyó con respeto mi decisión de estudiar. Mi mamá me ayudaba en todo lo
que podía con mi casa, los chicos, la comida. En
este punto medio, cuando miro hacia atrás con gran orgullo reconozco que
siempre en mi vida aparecieron personas que obraron como agentes facilitadores, que han motivado y apoyado mis procesos de
cambio.
Hasta que la crisis del 2001,
hizo temblar la estabilidad de la farmacia en la que yo trabajaba, con un cimbronazo cuyos destellos movilizaron mis
pensamientos.
Hojas Nuevas. Los retoños del árbol ... (continuará)
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